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 | Por Doug Culp

Diligencia y acedia

En la vida espiritual, las virtudes y los vicios compiten  

En la Carta a los Hebreos, escuchamos estas palabras de guía: “Corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús” (12, 1-2). Esta sencilla frase habla de la virtud de la diligencia en nuestra búsqueda de una relación profunda y duradera con Dios.

 

Los ojos en el premio: El reino de los cielos

Para comprender la importancia de la diligencia (y los peligros de la acedia, o pereza, su vicio contrario), es útil considerar la descripción que hace Jesús del reino de los cielos. Este es un estado de comunión con Dios; es el estado que Jesús hizo presente a sus discípulos durante su ministerio terrenal.

Jesús habla en muchas de sus parábolas sobre el reino de los cielos. Por ejemplo, según el Evangelio de Mateo, el reino de Dios es como la levadura que hace subir toda la masa (13, 33); como un tesoro enterrado en un campo (13, 44); como la búsqueda de una perla fina (13, 45); como el campo en el que el buen trigo crece entre la cizaña (13, 30); y como un grano de mostaza (13, 31).

Aprendemos de estas imágenes que hay trabajo que debe realizarse para alcanzar el reino. Hay que amasar la levadura en la masa, hay que descubrir tanto el tesoro enterrado como la perla fina y hay que plantar la semilla.

Además, perseguir el reino de los cielos exige un compromiso total. Debemos venderlo todo para comprar el campo donde está el tesoro o para comprar la perla de gran precio. Debemos purgar la cizaña que separa y oscurece nuestra visión del buen trigo. Los Evangelios lo dejan aún más claro en la historia del joven rico. “‘Si quieres ser perfecto’, le dijo Jesús, ‘ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme’” (Mt 19, 21).

El papel de la diligencia en ‘llegar hasta el final’

Vemos, pues, que el deseo del reino debe ser lo primero. Debemos ser celosos de la comunión con Dios y buscarla con todo nuestro corazón, fuerza y poder, pues es nuestro mayor bien. Esto es precisamente lo que connota la virtud de la diligencia: perseverancia, compromiso y firmeza en la búsqueda del reino. La diligencia no consiste simplemente en trabajar duro; más bien, se trata de dedicarse al deseo de conocer a Dios y crecer en una relación cada vez más profunda con él.

¿Qué nos hace tropezar? - Acedia

El Catecismo (1866) explica que hay vicios que se oponen a las virtudes. Estos vicios se denominan a veces “capitales” porque pueden dar lugar a otros pecados y vicios. El vicio que se opone a la virtud de la diligencia es la acedia (a veces llamada “pereza”). La acedia es una tristeza ante las cosas espirituales que ataca nuestra determinación y mina nuestro compromiso de buscar a Dios, introduciendo el pánico; la duda; la pena; y la indiferencia sobre nuestro destino final. De este modo, la acedia corta de raíz la vida de fe, porque conduce a la apatía o a nuestra desesperación sobre nuestra capacidad de conocer a Dios.

Fruto del árbol venenoso: Los vicios de las hijas de Acedia

En su Summa Theologiae (II-II, q.35, respuesta a la Objeción 4), Santo Tomás de Aquino afirma que la acedia es un vicio capital que puede dar lugar a otros pecados. Por ejemplo, nombra los “pecados de huida” como la falta de valor para seguir la llamada de Dios; la malicia; amargura y pereza para seguir la ley de Dios. Del mismo modo, el Aquinate identifica la inquietud del cuerpo, el desasosiego de la mente, la curiosidad malsana, la incertidumbre sobre el propio lugar en el mundo y la locuacidad como otros pecados que se derivan de la acedia.

Mantenga el rumbo

La diligencia está impulsada por el deseo de nuestro mayor bien: la vida eterna en comunión con Dios. Sustenta nuestro deseo de tener una relación profunda con él. El vicio de la acedia en todas sus manifestaciones nos aparta de nuestro mayor bien. Disuelve nuestro deseo de conocer a Dios y nos priva de la alegría que encontramos al buscar la amistad con Dios en esta vida y la vida eterna con él en el cielo. A pesar del alivio momentáneo que podamos experimentar al ceder a la acedia, la compensación eterna sencillamente no merece la pena.


Sabiduría del desierto: ¿Quién es el “demonio del mediodía”?

Evagrio, un monje del siglo IV que pasó gran parte de su vida en soledad, llamaba a la acedia “el demonio del mediodía”. Esta combinación mortal de desgano e inquietud acosaba al monje desde el final de la mañana hasta la tarde. Su trabajo se volvería aborrecible, anhelaría que pasara el tiempo, imaginaría malas intenciones en sus compañeros y se vería tentado a abandonar su vocación. El amor de nuestra cultura por la comodidad y el miedo al compromiso a menudo producen en nosotros los mismos síntomas. Pero si el diagnóstico es el mismo, el remedio de Evagrio también sería aplicable: Mantenga el rumbo. Trabaje y rece. Persevere con la mirada puesta en Dios.


Doug Culp es el canciller de la Diócesis Católica de Lexington.

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