Share this story


 | Por Doug Culp

Una mirada de fe

Hemos estado considerando las tres expresiones principales de la oración en la Tradición cristiana. Ya hemos examinado la oración vocal -la de la unión del cuerpo y el alma- y la meditación, la búsqueda orante para comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana. Esto nos lleva a la última de las principales expresiones de la oración:

la oración contemplativa.

 

Un don

La oración contemplativa es, ante todo, un don, una gracia. Por consiguiente, debemos recibirla con humildad y pobreza de espíritu. El Catecismo nos enseña que la oración contemplativa no es otra cosa que la entrega a “la voluntad amorosa del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado” (CIC 2712). Es una atención a la Palabra de Dios a través de la obediencia de la fe que surge de la creencia en la Palabra. De este modo, la oración contemplativa participa en el “sí” del Hijo, que se despojó de sí mismo en obediencia al Padre.

Una mirada de fe

No es sorprendente que la contemplación sea “una mirada de fe, fijada en Jesús” (CIC 2724). Es más, este acto de centrar nuestra atención en Él es una renuncia a nuestro egocentrismo, pues tal atención requiere por su propia naturaleza que dejemos de estar preocupados principalmente por nosotros mismos.

Este “desinterés” permite que la mirada de Jesús, a su vez, purifique nuestros corazones. Su mirada nos enseña a la luz de su verdad y compasión por todos. Nos instruye en los misterios de su misma vida, abriéndonos así un “conocimiento interior de nuestro Señor”.

Imago Dei (imagen de Dios)

“Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu” (2 Cor 3, 18).

En este pasaje de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios, aprendemos que estar en presencia de Cristo nos lleva a contemplar y reflejar su gloria. Al contemplar a Cristo, nos transformamos en su imagen, pues llegamos a ser semejantes a lo que contemplamos.

En la oración contemplativa, crecemos en una comunión cada vez más profunda con Cristo, y por tanto con el Padre, a través del poder del Espíritu Santo. Nos parecemos cada vez más a Cristo y participamos cada vez más de su ser de “permaneciendo bien unidos [en] un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento” con el Padre (Flp 2, 2).

De este modo, la oración contemplativa es “una comunión de amor portadora de vida para la multitud” (CIC 2719). Porque cuanto más nos conformemos a la semejanza de Cristo, tanto más nuestra vida reflejará la suya. Mediante la oración contemplativa, podemos convertirnos en el instrumento a través del cual Dios concede su gracia para que todos tengan vida y la tengan en abundancia.


¿Existe una fórmula para la oración contemplativa?

No existe una fórmula para la oración contemplativa en cuanto a la elección del momento y la duración. Sin embargo, no podemos dedicarnos a la oración contemplativa sólo cuando tenemos tiempo. Al contrario, debemos dedicar tiempo al Señor, firmemente decididos a “no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro” (CIC 2710).

En la oración contemplativa pueden usarse palabras, pero generalmente serán pocas, pues sólo sirven para conducirnos a ese silencio que nos permite escuchar al Padre hablarnos a través de su Verbo encarnado por el poder del Espíritu Santo.

Siempre podemos entrar en la oración contemplativa o interior; esta no depende de condiciones de salud, trabajo o estado emocional. Todo lo que se necesita es un corazón (el lugar del encuentro entre Dios y la humanidad), pobreza de espíritu y fe.


Los santos sobre la oración contemplativa

San Juan de la Cruz describió la oración contemplativa como silencio o “amor silencioso”. En una de sus oraciones a Dios, él dijo: “Que tu divinidad resplandezca sobre mi entendimiento dándole el divino conocimiento, y sobre mi voluntad impartiéndole el divino amor y sobre mi memoria con la divina posesión de la gloria”.

La oración contemplativa, según Santa Teresa de Ávila, “no es otra cosa que un compartir íntimo entre amigos; significa tomarse con frecuencia tiempo para estar a solas con él, que sabemos que nos ama”.

Según San Bernardo de Claraval: “La primera etapa de la contemplación es decidir en nuestro corazón abandonarnos a su santa voluntad. Convencidos de que lo que es según su voluntad es en todo más ventajoso y conveniente para nosotros, debemos entregar al Señor incluso el mejor de nuestros deseos, confiando en su amoroso cuidado por nosotros”.


Doug Culp es el canciller de la Diócesis Católica de Lexington.

Read this article in English! (Versión en ingles)