Permanecer en el camino de la santidad
La virtud de la humildad
La virtud de la humildad
En la fábula de Esopo, el pavo real deseaba desesperadamente ser más hermoso que todos los demás pájaros. La diosa romana Juno le otorgó una larga y deslumbrante cola de plumas azules y verdes. Pero cuando el pavo real vio volar al águila y trató de volar junto a él, se dio cuenta de que sus nuevos adornos lo hacían demasiado pesado; no podía levantarse del suelo.
En la fábula de Esopo, el pavo real deseaba desesperadamente ser más hermoso que todos los demás pájaros. La diosa romana Juno le otorgó una larga y deslumbrante cola de plumas azules y verdes. Pero cuando el pavo real vio volar al águila y trató de volar junto a él, se dio cuenta de que sus nuevos adornos lo hacían demasiado pesado; no podía levantarse del suelo.
La situación del pavo real es una advertencia para nosotros mientras contemplamos la virtud de la humildad. Abundan los versículos bíblicos que ensalzan esta virtud:
“Hijo mío, realiza tus obras con modestia … Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor” (Si 3, 17-18).
“Dios se opone a los orgullosos y da su ayuda a los humildes” (1 P 5, 5).
“Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia” (Col 3, 12).
Ser humilde significa abandonar nuestros egos poniendo a los demás antes que nosotros. Significa poner la voluntad de Dios para nuestras vidas por encima de la nuestra.
Y, sin embargo, vivimos en un mundo donde la humildad puede ser difícil de mantener. Por ejemplo, es fácil acariciar nuestros egos cuando nos sentimos presionados por vendernos a nosotros mismos y nuestros méritos en la búsqueda de trabajo en un grupo sobresaturado de solicitantes. Las redes sociales también nos alientan a crear las versiones más atractivas y perfectas de nosotros mismos, no nuestro verdadero yo.
Pero cuando proverbialmente tenemos la nariz en alto, somos más propensos a tropezar y caer. Cuando bajamos de nuestro caballo, nos despojamos de la carga de mantener las apariencias y actuar como si lo tuviéramos todo. Nos volvemos más accesibles, confiables y genuinos. Colegas, amigos y familiares estarán más dispuestos a colaborar y confiar en nosotros. Es mejor caminar al lado de alguien que delante de él.
A lo largo de los Evangelios, Jesús fue el modelo de humildad y habló de ella a menudo: “Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lc 14, 11). Una actitud de humildad nos recuerda que no estamos solos en las luchas de la vida. No somos mejores que nadie, porque a los ojos de Dios todos somos sus hijos preciados. Todo lo que nos pide es “practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con [nuestro] Dios” (Mi 6, 8). Hagamos precisamente eso, sin la carga de las lujosas plumas de la cola que nos agobian.
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Veronica Szczygiel, Ph.D., es directora de aprendizaje en línea en la Escuela de Graduados en Educación de la Universidad de Fordham.